Mi llamado


Hace algunos meses empecé a mirar hacia atrás. Mi trabajo, mis estudios, mi vida cotidiana; y a partir de ahí miré hacia afuera. A mi familia, a mis amigos, al país, al mundo.
Para ponerlos en contexto, hace ya 11 años, mis días de la semana se basan en levantarme a las 7 de la mañana, trabajar 10 horas, ir a la facultad, dormir, repetir. ¿Once años y sigo en la facultad? Si. Entre cambios de carrera, desmotivaciones, estrés, cansancio, y haber elegido no ir todos los días a la facultad para tener algo de vida social y tiempo de ocio, hicieron que siga ahí.
Hace ya un año y un par de meses que vivo sola, y esas 10 horas de trabajo se volvieron imprescindibles para mi supervivencia. Hoy, con la situación económica actual del país, esas 10 horas pasaron a ser insuficientes, llamando a mi creatividad y a la solidaridad de mis cercanos, para ayudarme e ingeniarme de algún modo a mantener mi estado actual. A pesar de que hace meses que mi intuición toca la puerta de mi consiente, por fin decidí escucharlo.
Como dije antes, primero me miré a mí misma, y comencé a cuestionar mi vida. A cuestionarme. Me siento inmersa en un camino que no es mío. En un camino que habla de una historia diferente a la que me gustaría elegir. Un camino lleno de miradas, de juicios, de envidia, de etiquetas. Un camino en donde lo que importa es lo que tenés, y no quien sos. O mejor dicho, donde quien soy es definido por lo que tengo y logro. Si estudio una licenciatura, soy Licenciada. Si estudio un terciario, soy Maestra. Si no me recibo, no soy nadie. Si puedo comprarme un auto, mantener una moto, irme de vacaciones, pagar el alquiler, entrar en un crédito hipotecario para ser dueño. Hay una implícita carrera sobre quién tiene qué y cuándo. El éxito y la felicidad pasaron a ser definidas por estas cualidades. Crecí rodeada de estas suposiciones, y de este camino, como si fuera el único y verdadero a seguir. Hace años que trato de formar parte de él, pero hoy más que nunca mi cuerpo me pide otra cosa. Desde lo más profundo de mi ser escucho a mi alma pidiendo libertad. ¿Cuánto tiempo voy a seguir eligiendo ignorarla?
A partir de esto, me quedé parada, observando a la gente pasar. Apurados, enojados, gritándose. Vi gente corriendo, llorando, sin mirarse, sin mirar donde estaban, a quien tienen al lado. Como si estuvieran siempre en pos de un nuevo objetivo, perdiendo el hoy. De sus ojos se ve la angustia, la envidia, los juicios. ¿En qué momento las posesiones se volvieron indispensables? ¿Cuándo perdimos el contacto con la tierra, con nuestro espíritu? ¿Cuándo el ser dejó de ser suficiente?
Siento como algo se está gestando en mí. Siento como me pide que vuelva a la tierra, a lo simple. A perder las ambiciones materiales. A conectarme con mi espíritu. A liberarme. A vivir mi vida de otra manera. A elegir otro camino. A perder fronteras. A disfrutar del rayo del sol, de un paisaje lleno de montañas, del particular sonido de un río que fluye. A ser mi mejor versión. A nutrirme de la mayor cantidad de experiencias que este mundo me ofrece.  A aprender de quien desee enseñarme algo. ¿Cómo puedo ignorarla?
Ya no quiero ignorarla.

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